Excélsior
Presentamos un fragmento de una entrevista realizada hace 20 años a la autora de ‘Andamos huyendo, Lola’
CIUDAD DE MÉXICO
Hace 20 años, en el verano de 1997, visité a Elena Garro y a su hija Helena Paz. Vivían en su departamento de la calle Manantiales 10, en la colonia Chapultepec, en Cuernavaca.
Durante nuestros encuentros conversamos siempre inmersas en los parajes de la memoria, viajando por el tiempo sin tiempo en el que residían madre e hija. Ingresar a esa dimensión implicaba participar en su mundo poblado de fantasmas. Era como entrar a la tumba o escenario de Un hogar sólido (1957). Por supuesto que yo no ponía ninguna resistencia. Ya Elena Garro me había cautivado en 1976 cuando leí por primera vez Los recuerdos del porvenir (1963); ya sabía del poder de su palabra, de la grandeza de su literatura, de su posición crítica e irreverente en contra de la autocracia y, desde luego, de que todo “lo increíble es verdadero” (La culpa es de los tlaxcaltecas, en La semana de colores, 1964).
En una ocasión, yo llevaba unos aretes con turquesa y Helena Paz los halagó. La piedra azul, como la magdalena de Proust, la llevó a recordar La dama y la turquesa (Andamos huyendo, Lola, 1980).
“¿Sabes, Patricia? Es uno de los cuentos de mi mamá que más me gustan”. Elena Garro agregó: “Sí, el de la señora que perdió su memoria...”.
En los años 50 y 60 la autora de Felipe Ángeles (1979) se enfrentó al totalitarismo del Partido Revolucionario Institucional (PRI); combatió a favor de los campesinos despojados de sus tierras; criticó el “izquierdismo de café” de los intelectuales coludidos con el erario para recibir prebendas, y se unió a la lucha de Carlos Alberto Madrazo, el tabasqueño que intentó reformar el sistema político mexicano. La reacción de los oligarcas no se hizo esperar. Ambos fueron acusados de conspiradores, de encabezar un complot comunista para derrocar al gobierno y de instigar y patrocinar el movimiento estudiantil. Desde la cúpula del poder se orquestó una farsa para culparlos de la masacre en Tlatelolco, perpetrada por las fuerzas armadas del régimen, el 2 de octubre de 1968. Ni Estados Unidos ni el presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz, y sus colaboradores, podían permitir que se pusieran en juego sus intereses.
Eran los años de la guerra fría y la guerra sucia... Por lo tanto, las fuerzas opresoras echaron a andar su maquinaria y los eliminaron: a Madrazo en un crimen de Estado, manipulado como “accidente” aéreo, el 4 de junio de 1969, y a Elena Garro mediante el descrédito, la difamación, la burla, el silenciamiento... Fue cuando la dama de la turquesa perdió su memoria...
Pero no la perdió. Hoy, en su aniversario luctuoso que se cumple este martes, publico un segmento de una entrevista que sostuve con ella y su hija en aquel verano, para retomar su memoria lúcida, su agudeza y su visión crítica. A través de estas líneas se puede leer Benito Fernández, la obra de Elena Garro en donde retrata la historia, la idiosincracia, el racismo y el clasismo de México que aún persisten.
BENITO FERNÁNDEZ
Patricia Rosas Lopátegui: A mí me gustaría que me dijera cómo surgió Benito Fernández, una obra tan chistosa, en donde usted capta tan bien la realidad mexicana, el humor mexicano, en donde todo es ironía, ¿se acuerda?
Elena Garro: Sí, me acuerdo.
Helena Paz: Julián, el vendedor de cabezas. La cabeza rubia, ojos azules...
PRL: Todo mundo quiere esa cabeza.
EG: Sí, porque en México lo elegante es ser rubio, o era, yo no sé si habrá cambiado.
PRL: Sigue siendo... Pero el recurso... ¿Cómo se le ocurrió el elemento, el vendedor de cabezas, ¿cómo se le ocurrió Benito Fernández?
EG: Me acuerdo muy bien. Tengo un amigo que se llama Tomás Córdoba. Yo viví mucho tiempo fuera de México. Cuando volví, lo encontré casado y con una niña chiquita, muy bonita, una güerita muy linda, que me hacía mucha gracia porque decía muchas palabrotas. Entonces, me mandó Octavio (Paz) a ver a Fernando Benítez, que era el director de La Cultura en México del Siempre!, para que le corrigiera no sé qué cosa. Y llegué con la niña. Y él: “¡Ay, qué bonita hijita tienes!”. Dijo, así. Y la niña le dijo: “No seas tarugo”. A mí me entró mucha risa, pero él se enfadó. Y cada vez que él decía algo, así muy doctoral, la niña lo corregía... Y le decía: “Hijo de la chingada...”. Entonces me dijo: “¡Qué barbaridad!, mejor llévate ya a tu hija”. “No es mi hija”, le dije. “Sí, sí es tu hija, cómo no. Se nota enseguida por lo malcriada”. Bueno. Nos fuimos las dos. Y en la noche llegó Tomás, el papá de la niña y dijo: “Oye, este Fernando llegó a Sanborns —porque allí desayunaban todos los intelectuales— y dijo que tenías una hija odiosa, que le había mentado la madre, que no sé qué”. Y yo le dije: “Te equivocas, no es hija de Elena, es mi hija, ella la llevó”. “Ay, pues qué niña tan grosera, hay que cambiarle la cabeza, hay que ponerle la cabeza de una niña decente”. Y yo dije: “Al que hay que cambiarle la cabeza es a él”, y de allí salió... Y al día siguiente llegó Octavio, y me dijo: “Oye, ¿que llevaron a la hija de Tomás e insultó a Fernando?”. Dije: “Ay, qué mentecato. ¿Cómo toma en cuenta a una niña de cinco años?”.
PRL: Oiga, doña Elena, esa niña es a la que usted le dedica la obra, a una niña Claudia...
EG: Sí, a Claudia Córdoba.
HP: ¿Qué se habrá hecho?
EG: Quién sabe. Qué linda era, ¿verdad?
PRL: Yo digo en la última frase de mi trabajo sobre Benito Fernández (en Yo quiero que haya mundo... Elena Garro 50 años de dramaturgia, Porrúa, 2008) que el final es apocalíptico porque aparece una lluvia de cenizas y todo desaparece, lo único que queda en escena es el letrero que dice: “Cómprese una cabeza y sabrá quién es”. Que es irónico, mientras compremos cabezas, no reconozcamos quiénes somos, nunca vamos a saber realmente quiénes somos. Usted nos dice que si no aceptamos la pluralidad de razas y culturas, vamos a destruirnos. Yo creo que usted reafirma a Einstein quien dijo: “La creación del poder atómico ha cambiado todo, excepto nuestra manera de pensar... la solución a este problema se encuentra en el corazón de la humanidad”.
EG: Es cierto.
PRL: Porque es un racismo desmesurado. Aquí no queremos ver a nuestro pueblo indígena, que se está muriendo de hambre. La burguesía no lo quiere ver...
EG: Pero no ha querido nunca, nunca. Pasan junto a ellos como si fueran piedras del camino. No los ven.
PRL: Es como cuando Benito Fernández anda buscando una cabeza de alcurnia y Julián le ofrece una de un héroe de la Independencia. Benito la rechaza porque para él un grupo de herejes como él destruyeron a los Fernández. Entonces Julián esconde la cabeza. Y dice: “Tiene razón, tiene razón, señora, le queda muy grande al joven”. Porque Benito es un tonto, es un racista que cree en la raza pura blanca, que no existe...
HP: Es el pretencioso, el ridículo. La rabia que le habrá dado a Fernando Benítez.
PRL: ¿Él se habrá visto aludido?
EG: Sí, sí, claro, y fue a ver a Octavio para decirle que le rogaba que yo no publicara esa obra.
HP: Él, Fernando Benítez, decía: “Yo soy blanco puro...”. Estábamos una vez con Cristóbal Rojas en Sanborns, un señor que defendía a los campesinos con mi mamá. Y Fernando dijo: “Qué te pasa, estás perdida, los indios mugrosos son el lastre de México. A mí me dan pavor. Ay, qué horror. Me acaban de operar en un hospital. ¿Tú crees que me hayan sacado el corazón?”. El pobre Cristóbal Rojas estaba así... (Hace una expresión de horror e indignación)
PRL: ¿Y ésta es la inteligencia mexicana?
EG: También Pedro Gallardo me lo dijo. Un líder campesino del norte. “¿Este maricón es un intelectual? ¿De los que usted nos quiere traer? Le rompo la madre. Que se me quite de enfrente”.
HP: Son unos hipócritas porque juegan el doble juego. Es lo peor. El tipo que dice por escrito: “Yo soy racista”, y tiene el valor de decirlo: “Yo soy racista”, bueno, se le respeta. Pero éstos juegan el doble juego: chingan a los indios, pero ante el público son los salvadores. Qué asco. ¿Te acuerdas de la mujer (se refiere a Victoria en Benito Fernández) que quiere cabezas de negros para adornar su bar? Bueno, después hubo una discoteca en México que se llamaba Safari, con adornos de negros por todas partes, la discoteca más cara de México. Yo leí Benito Fernández muchos años después de que mi mamá la escribiera y yo le dije: “Oye, mamá, aquí está el Safari”. La discoteca tenía cabezas de negros como ceniceros, decoraciones de negros en las paredes, una discoteca para “niños bien”.
PRL: ¿Eso en qué año fue?
HP: En los 60.
PRL: Pero tu mamá escribió esta obra en 1957. Es una premonición. Todas sus obras son premonitorias. Porque tiene una agudeza para retratar a la sociedad y al ser humano única... (Benito Fernández padeció la censura, se publicó en 1981. Véanse: Un hogar sólido, Felipe Ángeles y Benito Fernández, en Obras reunidas II. Teatro. FCE, 2009). El tema del movimiento estudiantil del 68 se explora en El asesinato de Elena Garro. Periodismo a través de una perspectiva biográfica, (2a. ed. aumentada, UANL, 2014).