Clorindo Amodeo. Algarabía
Proviene del árabe clásico «ṣiqāl», y lo retomamos en nuestro español para referirnos a quien se esmera en su apariencia.
Ai va la Lupe, bien acicaladita, ¿andará estrenando novio?», se escucha decir en el pueblo. ¿Es que acaso —como dice el breve diccionario etimológico de la lengua española1 —, la Lupe se ha esmerado en «pulir» y «adornar» su apariencia, para quedar brillante y pulcra?
La palabra acicalar puede referirse a bruñir, pulir o limpiar armas de metal, aplicándose sobre todo a las blancas; a bruñir o arreglar con esmero el cuerpo: cuidar el rostro, la figura, la vestimenta o, incluso, refiere a las actividades de limpieza, desparasitado y cualquier otra, por medio de la cual un animal cuida las partes de su cuerpo.
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En otra fuente2 , se afirma: «Todos conocemos la palabra en la acepción de pulcro. Un hombre acicalado está “de punta en blanco”, huele a baño y perfume agradable, calza zapatos bruñidos y su ropa parece siempre recién a estrenar; [...] parece ser que el acicalado es [...] una de las principales actividades sociales y sirve para forjar relaciones, reforzar la estructura social y estrechar los lazos familiares y de pareja».
Por ello, volviendo a la Lupe —¡qué retechula la Lupe!—, quién se atrevería a condenar su esfuerzo por iniciar con el pie derecho —limpiecito y perfumado— ese noviazgo que, quiera Dios, termine en algo más...