El poeta y traductor Hernán Bravo Varela charló con Excélsior sobre la edición bilingüe Carta al mundo, de la poeta estadunidense
VIRGINIA BAUTISTA
Daguerrotipo de Emily Dickinson. La poeta tenía entre 16 y 17 años. Foto: Especial
CIUDAD DE MÉXICO.
¿Cómo es posible que la mujer que escribió más de mil 700 poemas que han cambiado la historia de la poesía no haya salido prácticamente de su casa? Este es el gran enigma que fascina de la estadunidense Emily Dickinson (1830-1886).
Considerada una excéntrica por sus vecinos de Amherst, Massachusetts, pues tenía predilección por vestir ropa blanca, nunca se casó y se negaba a saludar a los invitados, esa joven que en los últimos años de su vida ni siquiera quería salir de su habitación se convirtió en una de las poetas fundamentales del siglo XX.
Estamos ante uno de los pináculos de la poesía no sólo en lengua inglesa, sino del mundo occidental. Estamos frente a un mito biográfico rico y vasto que ha dado lugar a películas, series y novelas. Pero es un mito sostenido por la peculiarísima visión del mundo de Dickinson”, afirma Hernán Bravo Varela.
En entrevista con Excélsior, el poeta confiesa que mito y biografía siempre le han fascinado en el caso de esta mujer que en vida se mantuvo en el anonimato, por lo que seleccionó y tradujo 25 de sus poemas para integrar la edición bilingüe Carta al mundo, que acaban de publicar la Secretaría de Cultura federal y el sello Bonobos.
Estamos ante una autora de excepción. Siento que sólo puede medirse con Safo, Shakespeare, Sor Juana Inés de la Cruz o con San Juan de la Cruz; es decir, estamos ante un monstruo literario de ese nivel”, agrega.
Pero, ¿qué nos dice del mundo una mujer que pocas veces salía de su casa? Bravo Varela está convencido de que la autora “entendió a la perfección sus temas, que son pocos, pero se abren, como si de un biombo se tratara, con profunda vivacidad, con intuiciones inéditas hasta ese momento para los lectores”.
El también ensayista explica que esos poemas son únicos en comparación con los de sus contemporáneos, pues tienen líneas cortas, carecen de título, contienen rimas asonantes imperfectas y una puntuación poco convencional. “La poesía de Dickinson no tenía un lugar en su tiempo. Publicó en vida menos de una docena de poemas, todos adulterados o corregidos a capricho de los editores. Ella decidió retraerse, editar con su letra manuscrita sus cuadernos y ser ella la poseedora de ese testamento que, por fortuna, ahora nos ha brindado y sus lectores cuidamos. Y no dejará de ser una de las autoras más traducidas, estudiadas y leídas de todos los tiempos”, añade.
Bravo destaca que los versos de la escritora se centran en temas relacionados con la muerte, “por la que tenía un profundo interés casi científico”, la inmortalidad, el amor y la naturaleza, pues era una gran aficionada a la botánica.
Cada poema es una carta a ese mundo que no la conoció del todo en vida, pero que ahora podemos leer como si nosotros fuéramos sus auténticos destinatarios, los lectores”, indica en alusión a las decenas de cartas que Dickinson escribió a sus amigos, la forma que escogió para comunicarse.
UNA SELECCIÓN ARBITRARIA
Hernán Bravo Varela admite que la selección de los 25 poemas que integran Carta al mundo es, por supuesto, arbitraria. “Está integrada por los versos que me han acompañado desde hace mucho tiempo como lector y como memorialista”.
El poeta mexicano señala que cada poema fue escogido por él con base en un territorio emocional, sentimental. “Cada poema es también una historia personal de la relación de la lectura que he tenido con ella, a través de películas, conversaciones con amigos y citas recurrentes en diversos libros”.
Aclara que ninguno de los poemas tiene título. “Todos estaban numerados, de acuerdo con la edición original. Ella dejó que el poema hablara siempre por sí solo. Y al no atarlo a un título también permitió que se moviera como una obra abierta, adelantándose en más de un sentido a los señalamientos y las teorías de Umberto Eco sobre el tema. Estamos ante una auténtica revolucionaria en todos los sentidos”.
El poeta y traductor admite que la escritura de la estadunidense es “sumamente peculiar, rica hasta casi el infinito en asociaciones, en desdoblamientos simbólicos, con una redacción muy singular, con una ortografía y puntuación únicos, los guiones largos sustituyen a otros tipos de puntuación”.
Y llama la atención también sobre las particularidades de Dickinson en el uso de las mayúsculas. “Ella decide otorgar un peso mayor a algunos sustantivos y grabarlos o ponderarlos respecto a otros. Respeté las mayúsculas, porque es una seña de su intencionalidad poética. Con el cambio de la minúscula a la mayúscula se abre un nuevo sentido en palabras como muerte, eternidad, caballos, luz, agua, lo que permite apreciar la importancia específica que dota a este vocabulario”.
Dice que traducir a Dickinson al español es sumamente complejo. “Cada traducción es una nueva lectura personal. Fue un enorme reto, porque ella tiene una manera categórica y al mismo tiempo sutil de decir las cosas sin recurrir, en ocasiones, a la verbalización. Es decir, que no ocupa a veces verbos para designar las cosas o para ponerlas en movimiento, sino que es una poeta de objetos, de materias, y eso ya lleva una acción en sí”, concluye Bravo Varela